La vio volar y no le dio importancia. Le pareció solo un papel que se caía de la cartera del hombre que iba delante. Pero cuando la tuvo delante en el suelo, notó como crujía por dentro. Reconoció qué era e incluso le pareció que empezó a brillar sobre el suelo oscuro de la entrada de aquel autobús. La gente comenzaba a agolparse y a empujar para entrar, cuando ella se paró en seco para no pisarla. Estuvo a punto de cogerla, pero antes de agacharse él se adelantó para recuperarla.
Mientras validaba el bono bus pensó que lo lógico hubiera sido que se le hubiera caído a ella y no a él. Pero lo entendió todo cuando sin quitarle los ojos de encima se sentó. Él esbozó una sonrisa observando aquella fotografía de carné y con cuidado volvió a guardarla en su cartera. Lo hizo con cariño como si fuera un tesoro, quizás por eso a ella le pareció que brillaba cuando la vio en el suelo. Cerró los ojos y la sonrisa se mantuvo dibujada en su cara.
Recordó entonces quien era él y porqué tenía una foto de carné suya. Pero, sobre todo, supo entonces que él cumplió su promesa.
Al pasar por delante de su antiguo instituto, se le movió el corazón. Entonces, al llevarse la mano al pecho, el móvil que llevaba en la mano se convirtió en un walkman. Volvía a tener el pelo largo y la bolsa de su portátil se había convertido en una mochila llena de libros. En los cascos de diadema sonaba un cassette de varios. Un mixtape que él le grabó minuciosamente de la radio, consiguiendo que las canciones no estuvieran pisadas por la presentación del locutor.
Él miró hacia donde estaba ella. Acné, pelo alborotado y una sudadera un par de tallas más grandes que lo que hubiera sido conveniente. Se acercó y se sentó junto a ella. Le prestó los cascos y le dio las gracias por haber conseguido grabar entero el Gold de Spandau Ballet.
Se gustaban, llevaban unos meses intercambiando cassettes. Aprovechando el cambio de clase para hablar cinco minutos. Sonriéndose y hablándose con las miradas cuando ella y sus amigas se cruzaban con él y sus amigos. Él estaba en COU, ella en tercero de BUP. Era el último año que él estaba en el instituto y se iría a la universidad.
Fue justo ese día, una parada antes de llegar al instituto, mientras él la miraba embobado, ella sacó de su cartera una fotografía de carné. Le preguntó si quería guardarla. Él sonrió porque guardar su fotografía tenía una connotación más allá de la literalidad de guardarla. Asintió y alargó la mano para cogerla. Entonces, en uno de esos arrebatos de adolescencia programada, le hizo prometer que siempre guardaría esa fotografía. Él volvió a asentir ruborizado.
Un bache la devolvió al presente. Él seguía con los ojos cerrados y la sonrisa en los labios. En realidad, la historia entre ellos se desvaneció cuando él acabó COU y se fue a la universidad. Nunca fueron nada más. Se perdieron la pista al salir del instituto. Nunca más se vieron ni hablaron. Sin embargo, él cumplió su promesa de guardar para siempre su fotografía.
Le tentó la idea de levantarse e ir a saludarlo. Quiso pedirle que llegaran tarde a trabajar y se tomaran un café para que le explicara que había sido de él los últimos 35 años. Preguntarle si estaba casado, si tenía hijos… pero sobre todo preguntarle por qué había guardado su fotografía todos aquellos años. La paralizó un pensamiento ¿y luego qué? Si él estaba enamorado de un recuerdo, a lo mejor ver su recuerdo convertido en presente, en carne y hueso, podría decepcionarle. Romper ese recuerdo romántico le pareció hacerle una faena.
Cuando él se levantó y pulsó el timbre para bajar en la siguiente parada, ella discretamente le hizo una fotografía con el móvil. Ya no era aquel adolescente que le grababa cassettes de varios, pero sí que fue su primer amor, y a diferencia de él, ella no tenía ninguna fotografía que se lo recordara.”
Sergio Carrillo Carrillo (categoria adults)