“Volar, volar, no sentir los pies en la tierra, desaparecer, volar…huir”.
Sofia solía columpiarse en el parque cerca de su casa, a pesar que ya no tenía edad para jugar en los parques. Cuando se daba cuenta de las miradas inquisitivas de las personas que estaban cerca, se iba a otro parque. Podían ser las diez de la noche o las doce, esperaba hasta el mensaje de su madre.
“Ya puedes venir”.
Era momento para recoger el libro, la libreta que dejaba a un lado del columpio e ir a casa. La recibía su madre, una noche más con la cara amoratada.
—Lo siento, amor, no se ha dormido antes.
—No pasa nada, mamá, he estado leyendo.
Recordó la noche en que la puerta de su habitación se entreabrió, la figura de su padre, grande, medio tambaleándose por el alcohol y los gritos de su madre, suplicando que no lo hiciera. La puerta cerrándose de golpe y una noche más los gritos, bofetadas, insultos…
Esa noche fue el inicio de una nueva vida, su madre le dijo que ya era mayor, por eso su padre ya no jugaba con ella igual…
En el instituto, Sofia solía leer, escuchar música y pasar inadvertida, “bicho raro”, la llamaban las compañeras, “hortera, gorda…” No le importaba, podía permanecer en silencio durante horas, quizás días, no lo había contado nunca.
Otra noche más, esperar el mensaje, columpiarse con todas sus fuerzas, hacer los deberes y escribir a la luz de las farolas el relato para San Jordi. Y una noche más, el mensaje, el recibimiento de su madre, la casa hostil y fría.
Día tras día, Sofía no entendía una forma diferente de vivir hasta que el profesor de literatura le dijo tenía que hablar con ella. Entró en su despacho, en la mesa el relato, a un lado una mujer a la que no conocía.
—Nos ha gustado mucho tu relato, Sofía.
—¿Quién es el dragón que matas?—le preguntó la mujer.
—Lo siento, no debía haberlo escrito, perdón.
—No hay nada que perdonar, Sofía, tu escritura es muy bonita y explica la historia de una princesa con un dragón, solo nos gustaría saber más de la historia.
Sofía se quedó callada, las lágrimas asomaron por sus mejillas incapaz de articular palabra.
—¿Necesita ayuda tu madre? ¿Podemos ayudaros?
Sollozos.
—Puedes confiar en nosotros, solo queremos ayudarte.
—Mi papá, no era así, fue por el trabajo,.. porque me hice mayor… mi madre solo ….
Ahora Sofía y su madre viven en otra ciudad, lejos de todo lo que conocían pero ya no tiene que esperar al mensaje de mamá, ya no tiene miedo de volver a casa.
Marta Tadeo (Categoria adults)