Son las 19:00 horas de un día cualquiera: me pongo la ropa deportiva para salir a correr, como de costumbre. Quiero dejar atrás, al menos por un momento, mis preocupaciones y quebraderos de cabeza. Desentumecer los músculos del cuerpo y del alma, tras un anodino y estresante día de trabajo.
Me coloco los auriculares y salgo a la calle. Empiezo a correr, sonrío. La brisa cálida me acaricia la cara; me lleno de energía con cada zancada. ¡Me siento tan bien! Pero, de repente, me doy cuenta de que estoy entrando en un armario cuyas puertas entreabiertas me invitan a pasar. Estoy dentro… Atravieso ropa ordenada y cuidadosamente colgada, con un embriagador olor: a limpio, a sol, a agua clara, y al mimo de quien cuida sus vestimentas.
Voy avanzando, me dejo llevar, como si conociera este lugar. Llego a una habitación que parece de otra época. En ella, encuentro cortinas de color burdeos, muy tupidas, pero que dejan pasar la luz del sol; un sillón con tapizado de flores y unos libros entreabiertos encima; al lado, una lámpara de pie con una gran pantalla de tela con flecos. Es, sin duda, un lugar ideal para entregarse a la lectura. Una estancia acogedora, extraña, pero que a la vez invita a quedarse. Me dejo llevar, avanzo, sigo explorando este lugar.
De pronto, mi olfato percibe un perfume infantil. A lo lejos, oigo unas risas de niños, parece que están jugando. Entre tanto estímulo, me pregunto: ¿Qué hago yo aquí? Me doy cuenta de que debo irme, pero con cuidado: si me ven, podría asustar a los residentes de esta casa. Tengo que encontrar la salida, volver a ver la ropa cuidadosamente colgada en la balda. Veo una luz que entra por una puerta entreabierta, me dejo guiar por esa faro en la oscuridad. De pronto, estoy de nuevo en el parque de siempre, con otros runners que, sudorosos, siguen su rumbo, ensimismados en sus propios pensamientos.
Sigo corriendo, mis piernas no me dejan parar. ¿Tal vez estoy huyendo? Pero ¿de qué o de quién? Empiezo a pensar en lo bien que se estaba en el lugar del que acabo de venir, ese pequeño universo, desconocido, pero a la vez familiar. Una realidad que no es más que esos recuerdos que se han quedado arrinconados en un armario de mi cerebro y que quieren aflorar al exterior, quieren llamar mi atención. Tal vez dejé pasar tantos momentos bonitos, íntimos, irrepetibles… De alguna manera, algo en mi interior quiere recuperar esos preciosos instantes y escapar de los anodinos días.
Y es que no solo corro físicamente, también mentalmente. De una acción a otra, de un pensamiento a otro. Una vida ajetreada que, cuando me deja hueco para escucharme, me recuerda que quiero detenerme, ensimismarme en los rayos de sol que atraviesan mi ventana, hojear sin prisa un libro que dejé entreabierto hace tiempo. En definitiva, volver a disfrutar de lo que me hace feliz. Al fin y al cabo, estamos hechos de retazos de vida.
Sí, mañana volveré. Recuperaré esos universos arrinconados en el interior de mi mente e intentaré conectar con lo que me están urgiendo: pausa, consciencia y presencia. Antes de que sea demasiado tarde, quiero adentrarme de nuevo en mi auténtico mundo. El mundo donde el tiempo se detiene, donde correr ya no tiene sentido.
Manoli Gutiérrez Torres (categoria adults)