Una mañana cualquiera, mientras el café aún no ha terminado de colarse, recibes un WhatsApp de un número desconocido. No lo abres. Sospechas que será otro mensaje publicitario o alguna estafa disfrazada de oferta irrechazable. Lo ignoras.
Pero algo no te deja seguir con tu rutina.
Hay algo en ese número. En ese silencio digital que no grita, pero aprieta.
Lo abres.
Solo hay una fecha.
Te paralizas.
Intentas convencerte de que no significa nada. Que es pura casualidad.
Pero llega otro mensaje.
Una hora.
Exacta.
Empiezas a notar cómo el aire pesa más, cómo tus dedos tiemblan sin haber tocado nada. El estómago se revuelve. La boca se seca. La mente empieza a correr más rápido que tu propio cuerpo.
La notificación de “Leído” te hace maldecir. Ya saben que lo viste. Quien sea, lo sabe.
Te resistes. Pero no puedes evitarlo: guardas el número, entras al perfil, y lo ves.
Esa imagen.
Ese rostro.
Sientes un golpe seco en el pecho. Como si todos los recuerdos que juraste enterrar hubieran esperado su momento para regresar.
Y lo han hecho.
Con fuerza.
Intentas bloquear el móvil. Lo haces. Una, dos, tres veces.
Pero vuelves.
Y cada vez que lo haces, el vértigo es mayor.
Una nueva notificación.
Una palabra.
Y no sabes si es una amenaza o una llave.
Quisieras contestar. Quisieras gritar. Pero cada letra que escribes se borra antes de llegar a enviarse.
Al final, solo sale un mensaje torpe, casi mudo.
No esperas respuesta.
Pero llega.
Ahí es cuando corres.
Sales sin pensar. Sin chaqueta. Sin rumbo claro, pero con un destino inevitable.
Conduces como si el tiempo pudiera cambiarse. Como si el pasado pudiera reescribirse.
Cuando llegas, solo queda el silencio.
Pero no estás sola.
Hay más personas.
Demasiadas.
Entonces lo entiendes.
Ya no puedes huir.
Ya no puedes callar.
Lloras. Pero no por miedo.
Es alivio.
Es fin.
Miras el mar. Respiras.
Y saltas.
Por primera vez en meses, sientes libertad.
Los mensajes siguen ahí.
Fijos. Fríos.
Uno a uno:
La fecha.
La hora.
La imagen.
La ubicación.
Todos enviados por ti.
Todos abiertos.
Todos leídos.
Por la policía.
Porque no era un chantaje.
Era una confesión.
José Morales López (categoria adults)