Las Primeras Luchas
En el registro civil de Morón de la Frontera, libro 32, folio 61, número 525, existe el acta de nacimiento del que suscribe, con fecha 28 de noviembre del año 1889, hijo de Antonio y de Antonia, naturales de Alcalá del Valle (Cádiz).
Mis padres, de muy humilde condición social, eran pobres, y lo que es peor en este desdichado mundo: completamente analfabetos. De los cuatro hijos que hubo en el matrimonio, yo era el mayor de edad. Mi padre, en unión de un hermano de mi madre, se hizo cargo de una ganadería de reses bravas, y yo tuve que acompañarlos de zagal, cuando sólo contaba con nueve años de edad, Desde aquella fecha hasta el día de hoy, he vivido siempre bajo el signo de la esclavitud de un salario, sin más misión en la vida que la de trabajar continuamente, única herencia que podían legarme los autores de mis días. Con tal fecha y edad, apenas si conocía las letras del abecedario. Mas, dos años después, mi padre, en plena juventud, deja de existir, víctima de una grave enfermedad y seguidamente muere también la más pequeña de mis hermanas. Los años que siguen a esta época fueron para mí de vicisitudes sin cuento y sin poder adquirir noción alguna de instrucción primaria…
En Morón de la Frontera, existía por entonces una sociedad obrera, de carácter económico y apolítico, inspirada, al parecer, en lo principios de la Primer Internacional. En el seno de esta sociedad, existía una escuela de instrucción primaria para los hijos de los trabajadores asociados a la misma. El maestro de esta escuela, Abelardo Saavedra, hombre de una moral intachable y de una capacidad extraordinaria, realizó en toda esta comarca una labor meritoria e inolvidable, La organización obrera, por él inspirada y orientada, dio ejemplos que difícilmente han podido ser igualados. Cuando, como ha ocurrido en todos los tiempos, había que plantear batalla de poder a poder, porque los patronos se negaban a tomar en consideración ninguna demanda de mejora en los salarios y en las condiciones de trabajo, y esta organización obrera, como último recurso, se veía obligada a declarar la huelga –único media de defensa que tuvo siempre el trabajador asalariado_, sin temor alguno a las represalias, conciencia plena de sus deberes sociales, toda persona dependiente de un salario, hombre o mujer, abandonaba el trabajo, cualquiera que éste fuera, sin que se diera un solo caso de esquirolaje; a la huelga iban incluso las mozas de servicio y hasta las llamadas amas de leche.
Hacia 1905, en momentos en que nada anormal parecía observarse, que pudiera dar origen a una perturbación de orden público, un buen día, ya anochecido, surgen fuerzas del Cuerpo de la Remonta en perfecta formación, que súbitamente asaltan el local de la sociedad obrera y proceden a su clausura, después de haber destruido a placer aquellos objetos que encontraron al paso; se llevan toda la documentación de la sociedad y se produce, entre los asociados allí reunidos que no fueron detenidos, la natural desbanda. Seguidamente las autoridades dan comienzo a una encarnizada represión, deteniendo, como siempre, a cuantos tenían alguna significación entre los obreros. También fue detenida mi abuela mantera, al tener conocimiento de las autoridades que había tenido ocultos en su domicilio a los principales perseguidos, entre ellos, Abelardo Saavedra y Teresa Claramunt. La redacción del órgano de la sociedad, La Voz del Terruño, fue también destruida y prohibida su publicación. Parece ser que hechos análogos se sucedieron en otros pueblos de la comarca y de la región.
La represión se prolongó cruelmente por tiempo indefinido. La sociedad obrera fue destruida, Pero al igual que en todas las épocas de la historia de las luchas político-sociales, lo que nunca pudo destruirse fue el pensamiento de los hombres convencidos de un ideal, que hayan sido citados por el destino para continuar la lucha por la consecución de ese ideal. Y las individualidades se agrupan en pequeños grupos por ley de afinidad, y actúan en la clandestinidad.
Nos encontramos ya en el verano de 1912. Por mi parte no me encontraba defino por ninguna tendencia política o social. Era sólo un joven rebelde contra toda injusticia, donde quiera que ésta se manifestase, y devoraba cuanta literatura caía en mis manos, de cualquier ideología que fuese.
En dicho año soy invitado a ingresar en la Agrupación Socialista de esta localidad, y a la vez me hacen cargo de la administración de una cooperativa panadera, creada por dicha Agrupación. Igualmente recae sobre mí la corresponsalía de la prensa afecta a la política del partido en que acababa de ingresar.
El corresponsal en esta localidad de la prensa libre afecta a los principios de la Primer Internacional, Juan López Galera, me ofrecía a intercambios de cuantos periódicos, folletos, revistas y libros quisiera leer, ofrecimiento que yo aceptaba con gran placer, y que ingenuamente consideraba desinteresado y generoso. Recuero haber leído por entonces, entre otros muchos de diversas tendencias, El contrato social de Rousseau; El segundo certamen socialista; La conquista del pan, de Kropotkin; del mismo autor, Campos, fábricas y talleres; El estado, del Bakunin; Filosofía del anarquismo, de C. Malato; Conferencias populares, de A. Pellicer; Qué es la propiedad, de Proudlon; leí a otros muchos autores nacionales y extranjeros, como a E. Malatesta, L. Fabri, R. Mella, y cuanto escribió el inolvidable Anselmo Lorenzo. Igualmente pasaran por mi vista obras de grandes pensadores de aquella época, como Karl Marx, Nietzsche, Voltaire, Zola, Joaquín Costa, Emilio Castelar, Antonio Zozaya, José Nakens, Ibarreta, Élysée Reclus, F. Pi y Margall, León Tolstoi, y a muchos otros que sería largo de enumerar, hasta que conseguí por mi parte, o de parte de mis conciudadanos, el título de “ El loco de Morón”, título en parte merecido porque, sea dicho en honor a la verdad, mi cerebro no se encontraba preparado para digerir tanta literatura, y menos teniendo que asistir diariamente a largas jornadas de trabajo, un tanto rudo y agotador.
Parece ser que mi conducta de leer a cuantos autores llegasen a mis manos no era del agrado de mis correligionarios de partido. Pues un día fui invitada a una conferencia que había de pronunciar el fundador del Parido Sociales español, el venerable Pablo Iglesias, en la vecina localidad de la Puebla de Cazalla, a donde marché por la noche, después de terminada mi jornada de trabajo, camino adelante, con la alforjas abarrotadas de periódicos , folletos y libros de todos los colores. El abuelo de socialismo no llegó… y salimos del paso como se pudo. Terminado el acto, puse el contenido de las alforjas sobre la mesa, en mi calidad de corresponsal de prensa, para aquellos que quisieran leer, etcétera. Y mi buen amigo Antonio Moreno, presidente a la sazón de la Agrupación local, fue menos sufrido que mis paisanos, terminando por decirme que un socialista no debía de leer, y monos propagar, literatura alguna que no fuese realmente socialista, de todo lo cual informó al día siguiente a al presidente de la Agrupación a que yo pertenecía. A poco tiempo de esta fecha, tenemos la grata visita de Pablo Iglesias, al que me presentó mi amigo Lorenzo Urbano de Miguel, presiente de la Agrupación local, y en mi presencia, con cierto gesto de pesar, informó al abuelo de mi carácter e “inexplicable” conducta, propia de un hombre “totalmente independiente” que no se halle encuadrado en ninguna organización política o sindical. Esto exigía por mi parte una explicación, y me manifesté en estos o parecidos términos: “Puede que tengan razón los que no coinciden con mi carácter, ni han llegado a comprender el porqué de mi conducta. Pero creo que debe tenerse en cuenta que en terreno político y social hoy no soy más que un joven en formación, sin que hasta el momento haya llegado a asimilar las ideas del socialismo, y sin que por mi parte me considere responsable de que, sin haberse tenido en cuenta todo esto, desde el primer momento haya sido otorgado el grado de socialista. Mas es creencia mía que una idea, cualquiera que ésta sea, no puede arraigar en el espíritu y en la conciencia de un hombre si ésta no es el fruto de una cultura general; cultura que, según entiendo, no puede calificarse de tal si ha de vivir sujeta o encadenada al sectarismo rígido de una determinada idea. Entiendo que una organización específica no es una organización de masas, de carácter sindical. Que un socialista, cuando menos, ha de saber por qué es socialista; y esto creo no llegue nunca a saberlo si, dominado por un espíritu sectario, pone trabas a la libertad de su propio pensamiento, y se dedica sólo a leer la doctrina de su partido, sin leer la de los demás”. Pablo Iglesias había escuchado en silencio mis manifestaciones de descargo, y al separarnos me saluda afectuosamente y me dice: “Sigue estudiando, muchacho”.
Julio Camba y Federico Urales se habían vapuleado de lo lindo en una polémica carente de sentido ideológico y objetividad, y entró en moda por aquella época las controversias y luchas fratricidas entre hermanos de una misma clase social, con lo que sólo salía beneficiado el político profesional y el burgués capitalista que alimentaban estas luchas intestinas, por aquello de “divide y vencerás”. En esta mi patria chica, no nos quedamos atrás en esto, y mis convecinos Juan Ríos Niebla de la escuela de Bakunin, y el presidente de la Agrupación Socialista, Lorenzo Urbano de Miguel, entablaron una polémica, más que ideológica, de signo personal, perdiendo un tiempo y ocupando de continuo columnas y más columnas en periódicos de ambas tendencias, todo ello digno de mejor causa.
Renovación Social de Reus, periódico socialista, había devuelto uno de sus artículos a mi correligionario y presidente de la Agrupación, Lorenzo Urbano de Miguel, por emplear en él un lenguaje inadmisible para ser publicado en ningún periódico. Yen reunión de la Agrupación, a la que asistía una delegación de la Agrupación Socialista de Málaga, tuve a bien opinar sobre esto, y preguntar si podían decirme cuál era la finalidad de aquellas polémicas, y cuáles serían sus resultados. Creía más procedente organizar unos curos de conferencias culturales, con tribuna libre para todos los hombres de buena voluntad, aptos para ello, que quisieran intervenir, cualquiera que fuera su credo político, social o filosófico, con lo que crearíamos un clima favorable a la formación de hambres conscientes y de provecho. Estas sugerencias fueron recibidas con la mayor frialdad e indiferencia, cayendo totalmente en el vacío. Recuerdo que a un obrero campesina afiliado a esta Agrupación, que asistía a la reunión, y totalmente desorientado, ingenuamente se le ocurrió preguntar qué quería decir la palabra anarquista, y la respuesta fue fulminante por parte de la delegación de Málaga, manifestando que decir anarquista era igual que decir sin vergüenza, cuyo exabrupto, disparado así, a boca de jarro, produjo la impresión que es de suponer entre los reunidos. Todo lo cual nos da la medida del clima político y social reinante en aquella época por estas tierras de Andalucía.
Contra mi voluntad, había estado librándome del servicio militar, por ser hijo de viuda. Digo contra mi voluntad, porque sabía que en el último año me declararían soldado, por venir otro hermano detrás empujándome, como así sucedió.
De continuo pensaba en lo mal que me iría vestir el uniforme militar, máxime siendo por aquella fecha el único sostén de la familia y que, al faltar mi jornal, la situación de la misma se haría desesperada. Por otra parte, cuando se me ocurría hacer un estudio de mí mismo, sacaba la conclusión que yo había nacido para la paz, y no para la guerra. En este estado de ánimo termina para mí el año 1914, y el 5 de enero de 1915, soy incorporado al ejército, en el Regimiento de Infantería de Sevilla número 33, de guarnición en Cartagena en aquella fecha. Pero en la zona militar alegué ciertas lesiones sufridas en accidente de trabajo, pasando como presunto inútil a disposición de las autoridades militares sanitarias de Sevilla, y en concepto de transeúnte, en alguno de los cuarteles de la capital.
La noche antes de incorporarme a la zona militar de Utrera, después de entregar cuentas y el cargo de secretario que ejercía en el Sindicato de Campesinos y Oficios Varios, redacté de un vivo tono antimilitarista, que envié a Tierra y Libertad, como igualmente otro artículo a La Voz del Cantero que salía en Madrid, artículos que fueron publicados días después. Y mi correligionario y presidente de la Agrupación Socialista tuvo la ocurrencia de mandarme estos periódicos al cuartel. El sargento cartero no me los entregó, pasándolos a Mayoría, a donde fui llamado seguidamente por el coronel jefe del Regimiento, y aunque fui severamente advertido de los peligros que sobre mí se cernían, dicho jefe me habló casi en un tono paternal, se portó como un verdadero caballero, y observé que había establecido sobre mí estrecha vigilancia. Parecido resultado tuve con el comandante médico en el Hospital Militar, llegando éste a decirme que eligiera por mi parte, o pasar a una prisión militar por largo tiempo, o irme a mi casa con mis familiares. Después de continuos incidente en mi corta vida de cuartel, dos meses después me encontraba de nuevo con mis familiares, con licencia absoluta, por “inútil total”.
A poco de ser licenciado del ejército, fui citado por mi viejo amigo el presidente de la Agrupación Socialista, a una reunión de la misma.
Me fue manifestado que se proyectaba hacer una reorganización a fondo de la Agrupación, por cuya razón se me había citado, confiados en mi decida colaboración, a pesar de mi “incalificable actitud de colaborar en periódicos contrarios a las doctrinas marxistas y mis relaciones con hombres de otra ideología”.
Contesté que esa actitud, por mi parte, la consideraba como suficiente explicación, y por demás demostrativa de que mis sentimientos se identificaban con cierta ideología que, al menos en sus procedimientos tácticos, nada tenían que pudieran identificarse con los métodos empleados por el marxismo. Mas confesé carecer de vacación política y un espíritu mal avenido a la disciplina de partidos, por cuya razón, y en calidad de obrero asalariado, me limitaría en lo sucesivo a formar parte de la organización sindical de carácter económico, y al estudio de la sociología, en la medida de mis posibilidades.
Se me suministró un sermón morrocotudo, lleno de frases comunes, en el que no faltaron las palabras “deserción”, “desengaño” y otras por el estilo, todo lo cual soporté pacientemente, y manifesté a mis viejos correligionarios que mi determinación era decidida y fruto de mis convicciones, considerando por mi parte no ser esto motivo suficiente para sentirse molestos ni emplear un leguaje tan poco convincente.
Sin pena ni gloria terminó para mí el año 1915, dejando organizado el Sindicato de Canteros y Leñadores, el de Campesinos y Oficios Varios, y un Centro de Estudios Sociales. Y entramos en el año 1916.
El cacique liberal de mi patria chica, hombre inepto y depravado, que había conseguido un acta de diputado a Cortes, arruinándose económicamente y arruinando la hacienda municipal, al serle presentada cierta crónica que se me ocurrió enviar a La Voz del Campesino, que publicaba en Jerez de la Frontera Sebastián Oliva, y que firmé con seudónimo, en cuya crónica enjuiciaba su conducta y vida, sufrió un fuerte ataque de nervios. Escribió a la redacción del periódico citado, pidiendo que le comunicaran el nombre del autor de dicha crónica, contestando la redacción que esto sólo podría hacerlo cuando fuera solicitado por una autoridad judicial. Al tener yo conocimiento de esto, encargué a la redacción que hiciera una nueva tirada del periódico y me la mandaran íntegramente, cosa que hicieron. Y así pude atender a todas las numerosas peticiones de esta crónica, que tuvo para mí un éxito jamás sospechado.
L a soberbia de este pobre hombre llegó al extremo de ofrecer cierta cantidad de dinero al que descubriera y le comunicara quién era el autor de la crónica, preparando a uno de sus incondicionales para que, en el momento oportuno, hiciera uso de la pistola sin contemplación alguna.
Uno de los hechos cometidos por este hombre, y que recuerdo mencionaba en la crónica de referencia, sucedió como sigue: un obrero campesino de la localidad, de conducta intachable, y trabajador cien por cien, casado con una mujer del pueblo, de muy humilde condición, con la cual tenía dos hijos, esperaba de un momento a otro que llegara el tercero. En esta situación, los dos hijos y la madre caen enfermos con un fuerte ataque de viruela. El hombre no podía ir al trabajo por tener que asistir a su esposa e hijos, por no haber ninguna persona de familia que pudiera encargarse de esta labor humanitaria. No había más ingresos en el matrimonio que el producto del trabajo de este obrero, lo que en esta situación no podía conseguir. En tan desesperado estado, se presenta el momento de que la mujer va a dar a luz un nuevo hijo. Tanto el médico como la comadrona se negaron al cumplimiento de su misión. Como un enajenado mental, se lanza a la calle en busca de solución a su desesperada situación. Se dirigió al ayuntamiento, y en plena calle, tropezó con nuestro cacique, al que abordo súbitamente, le expuso su dramática situación, y demandó de él le facilitara lo necesario, en concepto de préstamo, para superar la grave crisis que sufría. Y el buen señor, que solía dar dos duros en plata a cualquiera de sus lacayos, para que diera bofetadas a cualquiera de sus convecinos, como simple “broma”, en este caso dramático se sacó del bolsillo una moneda de cobre de diez céntimos, que ofreció al demandante, el cual seguidamente le manifestó: “Dispense usted, pero yo no vivo de la mendicidad”. A lo que contestó el cacique liberal que, si quería más, fuese a robar. Y es desgraciado obrero, en su desesperación, contestó: “Pues a usted mismo”. Y agarrándolo por el cuello lo golpeó sobre el acerado. Gritos de auxilio, la guardia municipal, y el obrero a la cárcel.
Minutos después me entero de lo sucedido. Eran las dos de la tarde. Sin perder momento me persona en casa del alcalde, familiar del cacique. Estábamos en pleno verano, y nuestra primera autoridad se hallaba durmiendo la siesta. Le indico a la señora que le informe de mi visita, y le diga que se trataba de un caso grave y muy urgente, que no admitía demora. El alcalde, en pijama, me recibe, le informo, y me ordena que me fuera para el ayuntamiento, que él no tardaría en llegar, como así sucedió.
Ya en su despacho, llamó al jefe de la policía municipal; le preguntó si había alguna novedad, y fue informado de lo sucedido, y de que el “agresor” se encontraba detenido en la cárcel. “Bien, pues traiga usted sin demora al detenido”. Llega el detenido conducido por la policía. El alcalde le ofreció un cigarrillo que no aceptó, y le invitó a sentarse unos momentos. Seguidamente le dijo: “Aunque ya Antonio, aquí presente, me ha informado de lo sucedido en mi propio domicilio, hace unos momentos, ruego a usted, Romero, me cuente toda la verdad, sin ocultarme nada”. Cosa que sólo a medias pudo hacer, a causa del estado de nerviosismo. Seguidamente el alcalde telefonea al médico forense y a la comadrona, ordenándoles que sin demora alguna diesen cumplimiento a su cometido, en la casa de obrero Romero, donde ya habían sido llamados. Además, entregó al obrero unas cuantas monedas de plata de a cinco pesetas, y le ordena que se marche a su casa, y mandase diariamente a la suya, por cuanto necesitase.
Me encontraba un día trabajando en mi calidad de leñador, a poca distancia de una hacienda, propiedad de nuestro diputado a Cortes, y en ocasión en que, montado a caballo, se dirigía a la población. Y sin reflexionar en ello, decidí prestar a este buen ciudadano el servicio de decirle quién era el autor de la famosa crónica, sin que por ello tuviera que molestarse en gratificarme, con la cantidad que tenía ofrecida. “Un servidor de usted es el autor. Escrita de mi puño y letra. Así como usted me ve, con mi indumentaria de leñador, sin ser periodista, ni diputado a Cortes…Puede comunicárselo a sus fieles lacayos, para que obren según les tiene ordenado.” Y no sé lo que pasó por el espíritu y el pensamiento de este hombre, que súbitamente se convirtió en una piltrafa human. Y confieso que después sentí cierto pesar, por haberle hecho sufrir tan mal rato; aunque a poco puede comprobar que fue una gran medicina para curar su soberbia. Y así terminó este episodio, que tuvo después en mi vida no pocas complicaciones.
Dentro de la confusión reinante en aquella época, en relación con la guerra y la pretendida neutralidad española, se observaba por parte de la casa real, y del pueblo español – según los “enterados”-, cierta simpatía hacia la causa de los aliados. Por su parte, los imperios centrales, conocedores de que el clima reinante en España les era adverso, desplegaban en nuestro país una actividad inusitada para que éste se mantuviera neutral.
Un destacado y valioso elemento (R.R.L.), con el cual solía relacionarme, me visitó un día y me propuso la publicación de un semanario, con la misión de realizar una intensa campaña antimilitarista que ayudase a crear en los pueblos una fuerte corriente de opinión contraria a la intervención de España en la guerra, cosa que se ajustaba, en un todo, a nuestros sentimientos y convicciones ideológicas – me dijo-. Le manifesté que la empresa exigía un sacrificio, de tiempo y de dinero, de lo cual carecíamos. A esto me dijo, con cierto gesto de gravedad, que el dinero estaba contado en la cantidad necesaria. Me interesé por conocer la procedencia del dinero, y me manifestó, en forma confidencial, que el dinero lo facilitaba la embajada de Alemania en España. “No cuentes conmigo para esta empresa que me propones; sólo puedo prometerte guardar el secreto hasta un día antes de morirme”, le dije.
Mi preocupación por la cuestión internacional, en relación con la guerra, iba en aumento, y sin saber a ciencia cierta cuál sería en definitiva la decisión de España, si la guerra o la neutralidad. Me sentía de continuo inquieto. Era mi creencia que los pueblos debían estar orientados y tomar posiciones, frente a cualquier eventualidad, manifestando a sus gobernantes cuál era su pensamiento en relación con la guerra y los gravísimos problemas internacionales de aquella época. El movimiento libertario español se caracterizaba por individualidades y grupos diseminados por doquier, sin conexión entre sí, y sin obedecer a ningún principio de organización, por eso de ser libertarios; e incluso no faltaban valores dominados por un cerrado espíritu sectario e individualista, que se negaban a formar parte de los organismos sindicales y grupos específicos, alegando que ello era contrario a todo concepto de libertad, y quebrantaba su personalidad de hombres libres. Me decido a actuar, empezando por constituir, localmente, el grupo “Alba Social”, con aquellos elementos que pude controlar.
Había que establecer contacto con la militancia de región, sin pérdida de tiempo, reuniendo al mayor número posible de la misma, y determinar cómo, cuándo y dónde reunirla. Por razones de seguridad, decido por mí solo, sin consultar con mis compañeros de Agrupación, y envío carta circular, citando con carácter urgente y fecha determinada a una reunión en mi propio domicilio haciendo constar solamente que se trataba de asunto de extraordinario interés, relacionado con la guerra y la situación de España, sobre lo que habíamos de tratar con la máxima reserva y discreción. La citación tuvo éxito, compareciendo delegaciones de varias provincias andaluzas.
Durante toda la noche que duró la reunión, hicimos un estudio detenido y general del desarrollo de la guerra, en el orden internacional; de la situación política y social de España, tomando los acuerdos siguientes:
1) Organizar, en grupos responsables, al mayor número posible de elementos que se hallaban diseminados por toda la región y, al margen de los mismos, a grupos de simpatizantes, controlados por los primeros, o sea, por compañeros conscientes y responsables, de probada solvencia.
2) Encuadrase en las organizaciones sindicales de carácter económico; procurar organizarlas donde no existieran, y aceptar aquellos cargos para que fuesen elegidos por la voluntad expresa de dichas organizaciones.
3) Construir una comisión organizadora de la Federación Regional de Grupos de Andalucía, cuya misión recayó en el grupo “Alba Social” de la localidad.
4) En cuanto se relacionaba con la guerra y el estado de opinión de España, estar atentos al desarrollo que tomasen los acontecimientos, y a la actitud que adoptase la capital de la nación y principales capitales de nuestra península.
Siguió a esto un largo período de luchas, de ascensos y descensos; organismos sindicales y agrupaciones que se creaban y posteriormente desaparecían, para más tarde volver a izar la bandera, en el campo social, todo lo cual lo motivaba unas veces la persecución por parte de los poderes públicos, al servicio siempre del capital privado y las empresas capitalistas, contrarias en todo tiempo a toda idea de renovación social, y otras, la propia apatía e indiferencia de los trabajadores y el escepticismo de parte de la militancia, recluida en su torre de marfil, y carente del espíritu de sacrificio y de la voluntad necesaria para soportar los sin sabores y adversidades que las luchas sociales proporcionaron en todo tiempo.
Se caracterizar el año 1919 por el aumento en la temperatura política y social del país. Al fin se da por construida la Federación Regional de Grupos de Andalucía, recayendo la secretaría general sobre el que suscribe. De acuerdo con algunos grupos de la Federación y con ayuda de algunos compañeros de buena voluntad, muy especialmente, con la colaboración de mi buen amigo Avenir d’Amor, sacamos a la luz pública Juventud Rebelde, como órgano de esta Federación Regional.
El vecino de la casa número 49, de la calle Enladrillada de Sevilla, camarada José Sánchez Rosa, saca El Productor, por su cuenta y dirección, calificándolo de órgano del movimiento libertario de su periódico, a una reunión de militantes y agrupaciones, con el fin de constituir el organismo regional de grupos. Este era otro de los males que padecía por aquella época el movimiento libertario español: los personalismos. Tuve que dirigirme, por el mismo procedimiento de la prensa, a este viejo amigo y batallador obrerista, con todos los respetos que me merecía, y decirle que su actitud la consideraba improcedente, al pretender crear lo que él sabía que ya estaba creado, y que si tanto interés tenía en arrogarse la representación de dicho movimiento regional, podíamos hacerle el traspaso del mismo, y ponerlo todo a su incondicional disposición. El Productor dejó de publicarse, y los proyectos que tuviera Sánchez Rosa quedaron frustrados.
Juventud Rebelde sufre su primer tropiezo. Había tenido lugar el fusilamiento de los encartados en la sublevación del cuartel del Carmen en Zaragoza. “¡Soldados! Cúmplase la ley, que, aunque es dura, es la ley”, fueron las palabras del jefe que mandaba el piquete de ejecución. Y un grupo de hombres, en la plenitud de su vida, fueron pasados por las armas, por el delito de haber obedecido al impulso arrollador de su conciencia, y haberse sublevado contra un orden social cargado de injusticias. Inserto en el periódico estos dramáticos sucesos y, al presentar los ejemplares correspondientes en la alcaldía, el secretario, que era un abogado, me amonestó con dureza, aunque de forma correcta, y me ordenó que entregase toda la tirada, con lo cual quizá pudiera evitarse que el alcalde me mandase a la cárcel.
– Así que deja de ser loco, y sin pérdida de tiempo tráeme la tirada del periódico.
– Pero, don Francisco, si de la tirada sólo me quedan los ejemplares que tiene usted sobre la mesa – le dije.
– ¡Vete y tráeme todos los periódicos que puedas y, si no los tienes, que te los impriman de nuevo…!
Rebelión. Con este título recibo el primer número de un seminario, editado en Cádiz, de forma y estilo que difícilmente podría ser superado. Los trabajos literarios insertos en el mismo, suscritos por distintas firmas desconocidas, revelaban ser redactados por una sola mano, sin ningún género de dudas. Conocía a los elementos residentes en la capital gaditana: Juan Richarte, zapatero; José Bonat, tallista, y un jovenzuelo que por entonces empezaba a interesarle el conocimiento de las ideas: Vicente Ballester Tinoco, ebanista, al que quiero rendir con estas líneas todo el gran afecto y consideración de que fue acreedor en vida. Buenos militantes, pero no al nivel que exigía aquella publicación. ¿Quién podría ser su redactor? Lo desconocía.
Recibo un informe “confidencial” de que se encontraba en Cádiz, oculto, un famoso hombre de nacionalidad italiana, con la misión de “presenciar un movimiento revolucionario en la Península Ibérica”. Todo lo cual lo consideraba un tanto absurdo, misterioso, confuso y descabellado.
Mi cargo en la secretaría general de la Federación Regional de Grupos de Andalucía me obligaba a tomar medidas para esclarecer aquel misterio. Llego una noche del trabajo y, después de cenar, cojo el camino de un pueblo a unos veinte kilómetros de distancia, y me reúno con un grupo de hombres de mi mayor confianza, a los que informo de cuanto sabía y, de acuerdo con los mismos, parto de madrugada para Cádiz, donde puedo enterarme de que el supuesto personaje extranjero y redactor de Rebelión era un compatriota nuestro, de nacionalidad catalana, perseguido por la justicia, un tanto perturbado, y de un temperamento insoportable.
– Bien –les dijo a los compañeros Richarte y Bonat-. Llegaros a verle donde se encuentre, decidle que estoy aquí sólo para ocuparme de su caso. Que no tengo interés alguno en conocer los antecedentes por los cuales se encuentra perseguido: que sólo he venido a saber en lo que se le puede ser útil, y que si tiene a bien recibirme, que elija lugar y hora para ello.
Estos compañeros cumplieron la misión encomendada, y nuestro misterioso personaje se negó a recibirme y los increpó violentamente. Tres días con tres noches sin descanso para saber que teníamos un demente más en la familia libertaria: Elías García Segarra, hombre de una mentalidad privilegiada, pero, desgraciadamente, con el sistema nervioso destrozado, que lo hacía insociable con los demás…
Días después, recibo carta de este batallador impaciente, en que me pedía perdón por lo ocurrido, y que procuraría reparar su falta, haciéndome una visita, lo que cumplió unas cuantas fechas después.
Recibo un telegrama en el que se me decía: “Espera tren noche”. Me lo guardo en un bolsillo. Salgo de casa, y tropiezo con varios compañeros de la localidad, de estos clasificados como compañeros o militantes, por el solo hecho de haberse suscrito Tierra y Libertad, o haber leído algún folleto de Malatesta o de Anselmo Lorenzo. Entre estos compañeros, uno, con el defecto de beber sin tasa, y charlar como un sacamuelas. Reunidos en un café, al sacar yo unos papeles del bolsillo, se me cayó el telegrama, que cogió rápido y leyó uno de ellos. Me pregunta de quién trataba, y contesté que lo ignoraba. Ya no pude desprenderme de ellos en toda la tarde. Ninguno tenía cosa alguna que hacer. Se aproximaba la hora de llegada del tren, y estaba decidido a marcharme a la estación sin invitarlos a que me acompañasen. Llega el tren, y salen Elías García y José Bonat. Al salir de la estación, se nos presentan los compañeros antes mencionados, dispuestos a conocer a los recién llegados. No los presento y simulo no darme por enterado de la presencia de éstos, procurando que Elías no se diera cuenta de lo que sucedía. Este hecho, y los análogos, tuvieron para mí no pocos inconvenientes y ser tildado de “dictador”, “santón”, “pronombre”, y otros adjetivos, culminado un día en algo infamante, que explicaré en un momento oportuno…